martes, 6 de septiembre de 2011

DECADENCIA.

Mis pupilas se encogían, los últimos rayos del crepúsculo se clavaban en mis ojos como espadas, un zumbido constate taladraba mi mente. No podía más. Miré hacia abajo; mis manos temblaban, culpables. Mi ropa estaba empapada de aquel líquido rojo intenso. Recuerdos, miles de imágenes iban y volvían en mi cabeza y me hacían estremecer, sentía la bilis ascender por mi esófago y mi cerebro nublarse poco a poco. Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y, aferrándome al recuerdo de lo poco que me importaba en la vida, luché contra aquello que fuera que habitara en mí y corrí, corrí como alma que lleva al diablo hasta no reconocer las formas de los edificios, el color del cielo ni el olor del aire, corrí hasta encontrarme perdida en un mundo que no era el mío; el frío y la lluvia me mordían la piel. Suspiré, debatiéndome entre la angustia y la tranquilidad de haber escapado, los sentimientos se mezclaban en mí como si no encontraran hueco en mi corazón todos juntos, y se empujaran entre sí con rabia por encontrar el puesto principal. Estaba mareada y me moría de hambre. Miré a mi alrededor en busca de algún refugio. Niebla, fango y agua; una carretera infinita. Caminé hacia el borde de la cuneta despacio, como si esperara encontrar un lugar mejor durante el trayecto. En mis ojos hinchados se confundían la desesperación y el sueño. Me senté allí y me eché a llorar bajo la lluvia, el último rayo de luz agonizaba entre la niebla.
Me encontraba sentada al borde de una carretera mal asfaltada, intentando ordenar las ideas en mi mente; sangre, lluvia y dolor. Pero, a pesar de eso, recordaba perfectamente lo que me había conducido a aquel estado. Por aquellos tiempos estábamos en guerra en Ciudad Muerta. Estábamos, si es que se puede decir así. Entonces nadie tenía cara, las personas eran cuerpos sin identidad alguna. Fue una mala época. Todo comenzó con la Decadencia. Habíamos estado demasiados años viviendo al máximo, sin fijarnos en las posibles consecuencias. El hambre, la guerra y las enfermedades no se concebían en nuestros planes. Nuestra vida era perfecta dentro de nuestra propia burbuja, y no necesitábamos más. Cierto es, que habíamos empezado a escuchar lejanos rumores de guerra, muerte y destrucción vecinas. Evidentemente, nadie lo creyó. Éramos indestructibles y, de hecho, aunque algo malo ocurriese en el mundo, no nos veríamos afectados, pues éramos el Primer Mundo. Eso fue al principio. Poco a poco, las calles ya no parecían tan limpias, y cada vez aparecía más gente que visitaba los parques. Parecía que les gustara estar allí, ya que muchas veces se quedaban incluso a dormir. Lo que no entendía era por qué se acurrucaban bajo los bancos, entre papeles de periódico viejo. ¿Una nueva moda? Y como cualquier moda, se fue extendiendo. La gente ya no sonreía por las calles, y ya no había cola para pagar en las tiendas de ropa. Tampoco entendía por qué la tienda de juguetes había cerrado, ni la pastelería en la que me compraba la merienda al salir de clase. Por entonces tenía alrededor de diez años. Recuerdo el día en que papá y mamá me dijeron que estas navidades no iríamos de viaje. Recuerdo sus caras y cómo entonces no comprendía sus expresiones de tristeza, cómo me enfadé con ellos por no hacerme por navidades tantos regalos como siempre.
Hubo un día en que papá no se levantó a la hora en que sonó el despertador. Yo creía que estaba enfermo y aquel día no iría a trabajar. Pero ya no volvió a despertarse temprano. Ya no se afeitaba ni vestía con camisa y corbata, ni se duchaba a diario. Su cara tampoco era la misma. Toda aquella situación me enfadó muchísimo, sobre todo cuando la despensa estaba vacía y comíamos todos los días arroz blanco.
Durante los primeros años de la Decadencia el tiempo transcurrió lentamente. A pesar de que cada vez había menos motivos para salir a la calle a pasear, donde más gente había era por la calle. Salían y caminaban, pero nunca entraban en los bares a comprar un refresco, y miraban los escaparates de las pocas tiendas que seguían en pie con una mezcla de añoranza y recelo. Para entonces, mis padres ya me habían explicado qué era eso de la Decadencia, y por qué la gente ya nunca sonreía. Aunque, en aquellos momentos ya no necesitaba explicación alguna, las tenía todas en la mirada de la gente, en las caras de los niños que aún no habían aprendido a sonreír.
Los años siguieron pasando y las cosas no iban a mejor. El hambre nos escoltaba voraz, jamás daba tregua. Para entonces ya hacía tiempo que no veía a mis padres. Había dejado de ir al colegio y me dedicaba a vagar por las calles sin rumbo fijo, sin nombre ni identidad y, al fin y al cabo, ¿Alguien la tenía? Durante el día me dedicaba a deambular por las calles, buscando los rayos de sol que nunca se dignaban a asomar de detrás de las nubes.
Durante la noche, mi oficio era robar para poder sobrevivir. Siempre, por si acaso, buscaba alguna barra de hierro o cuchilla de afeitar de entre los escombros de las casas derruidas, objetos que me solían ayudar a defenderme en caso de problemas. Pero esta vez se me había ido de las manos. Yo sabía que aquella mujer no tenía lo que yo necesitaba. Su aspecto era tan precario como el mío, si no más. Pero estaba desesperada. Tenía hambre y frío y lo único que me sobraba era odio. La vi en el suelo, sin moverse y me invadió la rabia. De pronto y sin saber exactamente por qué lo hacía, comencé a mutilar su cuerpo con la cuchilla que guardaba en mi bolsillo. Ella ni se movió.
Fue entonces cuando me ocurrió aquello. La noche que pasé sobre aquella carretera me hizo despertar, pensar en cómo se había llegado hasta aquel punto. Ahora, después de tanto tiempo, la situación sigue igual que en los últimos años, y nadie parece dispuesto a hacer nada para solucionarlo. De hecho, todos parecen aceptarlo de forma sumisa.

EL DÍA QUE LOS PORFAVORES Y LAS GRACIAS ABANDONARON EL MUNDO

El día que los porfavores y las gracias abandonaron el mundo, la sociedad entró en pánico. El mundo fue gobernado de forma absoluta por las hostias y los joderes y la gente, poco a poco, empezó a perder la esperanza. Mientras los porfavores y las gracias buscaban un refugio en algún otro planeta, las personas no sabían cómo encontrar el equilibrio ya que todo se tornó demasiado hostil…

Un día, un hombre fue a la comisaría a denunciar un robo, y uno de los joderes que trabajaba de policía le dijo que se fuera a la mierda y que no molestara. Otro día, un niño le preguntó a su maestra, que era una hostia, si podía ir al baño y ésta le respondió que mejor se aguantara…Una mujer, que tenía problemas de visión, estaba comprando y se le ocurrió preguntarle a un joder por el precio de unos garbanzos y éste le contestó que por qué no lo buscaba ella, y así sucesivamente el mundo se empezó a volver loco. Las personas no aguantaban ese comportamiento y se volvieron cada vez más agresivas. Aumentó el desempleo, la delincuencia, la contaminación, el hambre, la desigualdad….

Entonces un grupo de ideales se alzó y planteó la necesidad de un cambio. Pero los joderes y las hostias no estaban dispuestos a que los ideales influyeran en la sociedad, así que decidieron ir a por ellos y matarlos, los subieron en unos aviones y los lanzaron en medio de un océano y a muchos otros los exterminaron en campos de concentración…

Así el panorama del mundo quedó desolado. La gente tenía miedo, nadie se atrevía a decir nada. La comida era racionada por el gobierno, sólo se podía desayunar una ración de pánico y comer a mediodía una ración y media de odio. Mientras tanto los porfavores y las gracias habían encontrado un planeta donde vivir y desarrollarse y gracias a algunos adelantos científicos podían saber lo que estaba pasando en el planeta Tierra.

Los porfavores pidieron encarecidamente a las gracias que juntos hicieran algo para salvar a sus hermanos los humanos. Las gracias también se sentían muy agradecidas a las personas, así que juntos se pusieron a trabajar por el mundo. Pronto se dieron cuenta de que la única forma que tenían de vencer a los joderes y a las hostias era utilizando armas de destrucción masiva y eso era muy peligroso para la raza humana…Entonces a alguien se lo ocurrió hablar con las canciones, tal vez si le ponían algo de melodía al mundo se podría amansar a las fieras.

Así todos juntos los porfavores, las gracias, las personas y las canciones decidieron crear una música que adormeciera a los joderes y a las hostias, y así poder asaltar el poder. La tarea no fue fácil pero gracias a los medios que habían desarrollado los porfavores y las gracias en su nuevo planeta pudieron comunicarse los unos con los otros y crearon esa sinfonía que puso a todos a bailar. Hasta los joderes y las hostias se sintieron tan poseídos por el ritmo y melodía que se olvidaron de quiénes eran, y el mundo volvió a ser ese planeta con tantas ganas de ser un poco mejor cada día.

UN NIÑO MUY DESEADO

De Elena, Bernat, Sara, Alex , Claudia y Lucrecia

(Pequeña obra de teatro en tres actos)



Personajes:

Carlos Amor, 30 años

Ángel Bueno, 33 años

Claudia Perfecta, 50 años, funcionaria del Instituto valenciano de la adopción de niños

Elena Bienvenida , 29 años, abogada

Justa Gracia, jueza de familia



ACTO PRIMERO

Despacho del Instituto Valenciano de la adopción. Es amplio y está decorado con muebles modernos y escasos dentro de la línea minimalista de la primera década del siglo XXI. Hay una mesa con un ordenador de última generación. Sentada tras ella, vemos a Claudia, una funcionaria entrada en años, enfrascada en la lectura de la pantalla. Viste ropa austera pero elegante. Se oyen unos golpes en la puerta.



Claudia: Adelante.

Entran Carlos y Ángel cogidos de la mano y con cierto aire de inseguridad. Hablan en voz baja.

Carlos: Cari, estoy muy nervioso, ¿y si no nos dan al niño?

Ángel: No te preocupes, chico, nos lo darán…

Claudia: Buenos días

Carlos y Ángel: Buenos días

Claudia: ¿En qué puedo ayudarles?

Ángel: Soy Ángel Bueno, hablé con usted ayer sobre nuestro deseo de adoptar un niño, ¿recuerda?

Claudia: ¡Ah, sí!, por aquí tengo la nota (busca unos papeles en una carpeta).¿Y su mujer?, tenía que venir con usted, es un requisito indispensable, no podemos empezar los trámites sin ella.

Ángel: ¿Perdón? ¿Qué mujer? Yo no tengo mujer, vera… es que… nosotros somos pareja, nos casamos hace dos años y ahora nos gustaría mucho tener un niño para darle todo nuestro cariño y que nuestra felicidad fuera completa.

Claudia (muy enfadada): ¿Me estáis tomando el pelo? ¿Sois gays y tenéis la desfachatez de venir aquí como una pareja normal pretendiendo adoptar un niño? ¡Fuera de mi despacho inmediatamente¡ ¡Pervertidos!

Ángel y Carlos se levantan y se dirigen hacia la puerta con gesto contrariado, Carlos está a punto de echarse a llorar.

Ángel: Tendrá noticias nuestras, volveremos a vernos ante los tribunales.



ACTO SEGUNDO

Sala del tribunal donde va a celebrarse el juicio, aparecen a un lado Carlos y Ángel como demandantes y al otro la demandada, Claudia.


La jueza, Justa Gracía: Se abre la sesión (golpea la mesa con el martillito)

Elena: Por lo visto, doña Claudia Perfecta ignora las leyes del Estado. ¿Sabía usted que se contempla la adopción homoparental desde la regulación del matrimonio entre personas del mismo sexo en España? De hecho, fue el primer país que estableció la igualdad total en lo relativo a la adopción y matrimonio para las parejas del mismo sexo.

Claudia: Mis principios me impiden someterme a esta ley, me declaro objetora de conciencia. No quiero ni pensar en lo que sufriría un pobre niño en esas circunstancias.

Elena: En ningún caso queda probado el hecho de que un menor sufra problemas psicológicos porque sus padres sean homosexuales. Diversos estudios estiman que tanto una pareja homosexual como heterosexual pueden educar de igual modo a los niños.

Claudia Perfecta: ¿Pero no se dan ustedes cuenta de que ese niño sería el hazmerreir de todos los compañeros de colegio?

Elena: Es cierto que hace falta una "reeducación" de la sociedad, sin ella estos niños, en algunos casos, pueden sufrir rechazo. Pero ya es hora de que las cosas cambien y todas las personas puedan tener los mismos derechos.

Mis clientes tienen todo el derecho a adoptar un niño como cualquier otra pareja.

Claudia perfecta: Ya me gustaría a mí ver cómo van a cuidar al niño sin una mujer.

Ángel: ¿Nos está llamando irresponsables?

La jueza: Está bien, quiero un informe completo de los demandantes. Cuando lo tenga podré determinar si son actos o no para asumir esta gran responsabilidad. Se levanta la sesión.

ACTO TERCERO

Han pasado varios meses, Carlos y Ángel aparecen con un bebé.


Carlos: ¿Has visto que guapa es?

Ángel: Sí, es una maravilla. Vamos a cuidarla mucho. Quiero que sea una niña muy estudiosa y que vaya a la Universidad, que se haga médico o arquitecto.

Carlos: Pero, cari, no vayas tan deprisa, de momento vamos a procurar que esté bien, y darle todo nuestro cariño y ya veremos qué quiere ella.

Ángel: Sí, tienes toda la razón, pero tengo tantas ilusiones…

FIN

LA CAVERNA

(Adaptación del diálogo platónico del Libro VII de la República, para estudiantes de Bachillerato)
Decorado:
El escenario está dividido en tres partes:
1. A la derecha hay una clase con un profesor/a y cuatro alumnos con sus mesas correspondientes
2. A la izquierda hay una grada donde se sitúan Sócrates, en un lugar superior, y Glaucón, en la parte inferior.
3. El centro está ocupado por la caverna, hay una pantalla donde se reflejarán las sombras, los prisioneros convenientemente ataviados y con sus cadenas, y un tabiquillo, al modo descrito en el diálogo platónico, detrás del cual hay una luz que simula el fuego, hecha con un cañón unido a un ordenador desde el que se proyectarán las sombras y nuestra aportación con imágenes de la actualidad.



PARTE 1ª: CLASE SOBRE PLATÓN

Se ilumina la zona del aula.
La profesora o profesor espera la entrada de los alumnos; éstos entran hablando entre ellos, se sientan y, por fin, se callan ante la mirada inquisitiva de aquélla. Antes han intercambiado algunos saludos. Empieza la clase.

Profesora:
Como decíamos ayer, la teoría de las Ideas es la aportación más original de la filosofía platónica. En ella se distinguen dos niveles o grados de realidad, dos mundos: el llamado mundo inteligible o mundo de las Ideas y el mundo sensible, visible o físico; el mundo que percibimos a través de los sentidos.

El mundo inteligible es el nivel superior de la realidad, es el mundo auténticamente real; se trata de un mundo de realidades abstractas, eternas, perfectas, inmutables e inmateriales y sólo podemos acceder a ellas por medio de nuestra inteligencia. ¿Recordáis alguna de estas Ideas?

Los alumnos levantan la mano.

Alumno: el amor perfecto.
Alumna: la belleza absoluta.
Alumno: la auténtica justicia,
Alumno: la verdadera amistad.



Profesora: Muy bien. Platón pensaba que por medio del estudio de la filosofía y del cultivo de nuestras virtudes, es decir, desarrollando lo mejor de nosotros mismos, podríamos llegar a vislumbrar estos modelos perfectos y después intentar que nuestra realidad se aproximara lo más posible a ellos. El método empleado sería el diálogo, la dialéctica; un grupo de investigadores honestos intentando descubrir por medio de sus argumentaciones en qué consiste un Estado justo, armonioso, en paz; cómo es un amor correcto, cómo podemos lograr una amistad verdadera.

El filósofo ateniense pensaba que esta investigación era, metafóricamente, un ascenso, una elevación desde nuestra realidad cotidiana y que, una vez conseguido con mucho esfuerzo por nuestra parte, podríamos distinguir en nuestro mundo imperfecto y perecedero qué realidades se aproximan a los modelos perfectos y cuáles, por el contrario, estarían totalmente alejadas.
¿Alguien puede poner un ejemplo?

Alumno:
Podríamos saber si un Estado es justo cuando hay armonía entre sus miembros, si hay igualdad de oportunidades para todos, si hay un reparto razonable de la riqueza; y que no lo es cuando reina la tiranía y la represión, el abuso y los privilegios de unos pocos.

Profesora:
Muy bien, veo que lo vais entendiendo. Platón nos habló de todo esto por medio de un mito, “El Mito de la Caverna”. Vamos a realizar un ejercicio de imaginación para tratar de entenderlo. En el “Libro VII” de la República, Sócrates, el habitual protagonista de sus diálogos, le explicaba lo siguiente a Glaucón:

A partir de ahora la escena queda inmóvil, alumnos y profesor/a se comportan como si fueran estatuas, y la iluminación cambia hacia la parte del escenario donde están Sócrates y Platón.



PARTE 2ª: EL MITO DE LA CAVERNA


Empieza el diálogo entre Sócrates y Glaucón; conforme avanza la explicación, Sócrates va señalando los diferentes elementos de la descripción de la caverna.

Sócrates: Escúchame con atención, Glaucón, y compara con la siguiente escena el estado en que se halla nuestra naturaleza con respecto a la educación o a la falta de ella y ten siempre presente que con “educación” me refiero no sólo al cultivo de la teoría sino también a nuestra realización como personas íntegras y honestas, al desarrollo de lo mejor que hay en nosotros.

Glaucón: Procuraré no olvidarlo.

Sócrates: Imagina una caverna subterránea provista de una larga entrada abierta a la luz. Al fondo de ella hay unos hombres y mujeres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tienen que estar quietos y sólo pueden mirar hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza.

Glaucón: Ya lo veo.

Sócrates: Detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en el plano superior y, entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y allí una especie de mampara como las que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

Glaucón: Si no me equivoco, nuestra cueva se convertiría entonces en un espectáculo de marionetas, pues la luz del fuego haría que se proyectasen sombras sobre el fondo de la caverna.

Sócrates: Exacto; imagina unos hombres que transportan toda clase de objetos hechos con todas las clases de materias.

Glaucón: ¡Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros!

Sócrates: Iguales que nosotros; los encadenados representan a la mayoría de la humanidad, prisionera de su ignorancia, de la costumbre y de los prejuicios de siempre.

Glaucón: ¿Quieres decir que somos todos unos ignorantes?

Sócrates: Algo así, no hay duda de que los prisioneros no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos que ven reflejadas en la pared del fondo. Y la ignorancia consiste precisamente en eso, en tomar por real lo que tan sólo es una copia de lo real, en creer que se sabe cuando en realidad no se sabe.

Glaucón: Ya comprendo.

Sócrates: Examina qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia.

Glaucón: ¿Has dicho curados? ¿Es acaso la ignorancia una clase de enfermedad?

Sócrates: Eso creo. Si cada uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando al hacer todo esto sintiera dolor ¿Qué crees que le ocurriría?
Glaucón: imagino que se sentiría ofuscado y perplejo y que pensaría que lo que antes había contemplado era más real que lo que ahora se le mostraba.

Sócrates: Y si los ayudáramos a escapar, llevándolos por la áspera y escarpada subida hasta que pudieran ver la luz del sol, ¿no crees que tendrían los ojos tan llenos de ella que no serían capaces de ver ni una sola de las cosas que ahora llamamos verdaderas?

Glaucón: No serían capaces, al menos por el momento.

Sócrates: Necesitarían acostumbrarse; primero verían las sombras, luego las imágenes de hombres y de otros objetos reflejadas en las aguas y, más tarde, los objetos mismos. Después de esto, les sería más fácil contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna.

Glaucón: ¿Sería entonces la noche el fin de nuestro viaje?

Sócrates: No, amigo Glaucón, lo último sería el Sol, el propio Sol en su propio dominio lo que ellos estarían en condiciones de mirar y contemplar. Y comprenderían que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y, es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.

Glaucón: ¿Y qué pasaría si volvieran a su anterior habitación?

Sócrates: Se les llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol y desatarían la risa de los otros prisioneros, la risa de los ignorantes que desprecian y se burlan de los que han hallado una verdad superior. La intolerancia que nace de la ignorancia y el miedo.

Glaucón: ¿Y cuál es esa verdad, querido maestro?

Sócrates: Compara la región revelada por medio de la vista con la vivienda prisión y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, representa la ascensión del alma hasta la región inteligible. Una vez allí, lo último que se percibe y con trabajo es la Idea del Bien. Y ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que en el mundo visible ha engendrado la luz y, en el inteligible, es ella productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

Glaucón: Si no te he entendido mal, ninguno de estos prisioneros querrá volver al mundo de las miserias humanas después de estas contemplaciones divinas.

Sócrates: Te equivocas, Glaucón, pues después de esta ascensión se convertirán en hombres justos a quienes ordenaremos cosas justas. Les persuadiremos con palabras razonables a que se cuiden de los demás y los protejan. Tendrán que ir bajando uno tras otro a la vivienda de los demás, verán infinitamente mejor que los de allí y conocerán lo que es cada sombra y de lo que es; porque habrán visto ya la verdad con respecto a lo bello y a lo justo y a lo bueno. Y así, la ciudad nuestra y vuestra vivirá a la luz del día y no entre sueños, como viven la mayor parte de ellas por obra de quienes luchan unos con otros por vanas sombras o se disputan el mando como si éste fuera un gran bien.

Glaucón: ¿Y no crees que usarán sus conocimientos para obtener más riquezas?

Sócrates: No, al contrario, llegados al oficio de gobernantes, no se limitarán al mero ejercicio del poder y a la búsqueda de honores y riquezas, vanas sombras del verdadero bien; tendremos una ciudad bien gobernada, pues será la única en que manden los verdaderos ricos, que no lo son en oro, sino en lo que hay que poseer en abundancia para ser feliz: una vida buena y juiciosa.

PARTE 3ª: LA CAVERNA DE HOY

Nos centramos ahora en el aula en la que el grupo ha permanecido completamente inmóvil y en penumbra. Se ilumina la escena.

Alumno: ¿Y cómo podríamos aplicar estas ideas a nuestro mundo, cuáles serían esas vanas sombras alejadas de la verdadera realidad?
Profesora: pensad un momento en las miserias que nos rodean.


Vuelve a cambiar la iluminación.
En este momento los esclavos se levantan uno a uno, se desprenden de sus cadenas y profieren estas frases lapidarias mientras contemplamos, proyectadas, en el fondo de la caverna, imágenes de guerra, violencia, contaminación, pobreza, malos tratos. Suena una música trágica de guitarra.


Prisionero 1: Es falso que el consumo desaforado nos haga más felices

Prisionero 2: Las guerras no son necesarias, nos alejan del ideal de una humanidad en paz

Prisionero 3: Es injusto que millones de niños pasen hambre.

Prisionero 4: No hay amores que matan. El crimen no puede llamarse amor.

Prisionero 5: Es falso que los organizadores de las guerras participen en ellas, se quedan apoltronados en sus cómodos sillones maquinando crímenes contra la humanidad.

Prisionero 6: Es injusto que la avaricia de unos pocos acabe con nuestros recursos naturales.

Todos los prisioneros: Es falso que nosotros no podamos cambiar nada. El mundo está en continuo cambio y nosotros somos sus artífices.